sábado, 7 de mayo de 2011

Habitantes del coloso Huayna Potosi

Estoy a tan sólo 50 metros de alcanzar la gloria, la cumbre del Huayna Potosí. Han pasado siete horas de un inverosímil y tortuoso ascenso por parajes de nieve no aptos para el tránsito del ser humano, hasta alcanzar los más de 6.000 metros de altura sobre el nivel del mar (msnm) donde me encuentro, literalmente, de rodillas. Frente a mí se muestra la etapa final, la intimidante cresta que me separa de la cima: un empinado ‘sendero’ de apenas 30 centímetros de ancho, asediado por el vacío. “No te preocupes; si caes por un lado, yo me lanzo hacia el otro y ambos quedaremos cual péndulo colgando de la cuerda”, explica Marcelo Gómez Sainz. Su ilustración no me convence. Pero el guía se muestra inconmovible, parado sobre esa ‘calzada de la muerte’. Está sujetando la cuerda que me ha unido a él, cual cordón umbilical, durante toda la travesía.

“¡Vamos!”, exige. Pero mis enclenques piernas no responden, mi cabeza quiere estallar por la falta de oxígeno, al igual que mi corazón que busca salir expulsado como una flecha de mi pecho. En definitiva, mi cuerpo y mi mente se han rendido. “¡Ni un paso más! Volvamos al campamento”, suplico, mientras me pregunto cómo me metí en este embrollo.

El Huayna Potosí (cerro joven) se encuentra a 6.088 msnm y a 25 kilómetros de la urbe paceña. Debido a su proximidad con la ciudad, es una de las más visitadas de la Cordillera Real por los montañistas aficionados del extranjero, que llegan hasta el nevado que es considerado como el más accesible de los picos del país. Paradójicamente, son pocos los visitantes nacionales que se aventuran al lugar. Es por ello que la empresa Adventure Climbing and Trekking (www.adventureco-bo.com) se ha impuesto la tarea de impulsar el montañismo en este sector. Y para ello no es necesario que la persona cuente con experiencia previa ni un estado físico envidiable —como lo comprobé—, ni que invierta en la compra del dispendioso equipo de alpinismo. La operadora de turismo se encarga de brindar todo el equipo técnico y humano (guía profesional, cocinero y porteador), así como el entrenamiento previo para garantizar la conquista de la cima.

El Huayna Potosí alberga a una infinidad de hijos. Se trata de una serie de personajes que han decidido dedicar gran parte de su vida al nevado, impulsados por la experiencia del montañismo.

Allí está Patricia Altamirano (24), la primera mujer guía del país. Esta joven, que junto a su familia lleva seis años gerentando el refugio Casa Blanca —ubicado en el campamento base, a 4.800 msnm—, tiene una extraña conexión con el Huayna. Patricia comenzó a escalar la montaña a los cuatro años, junto a su padre. Para cuando cumplió los 15 ya había alcanzado la cima y cuatro años después comenzó a trabajar como guía. Un trabajo que pese a la experiencia que se tenga, no está exento de peligros. El año 2008, por ejemplo, una avalancha de rocas cayó desde la cumbre. Altamirano inmediatamente protegió con su cuerpo a su cliente. Terminó con la columna y la pierna derecha lastimadas. Después de 10 días de permanecer interna, ella dirigió sus primeros pasos fuera del hospital hacia su razón de ser: el Huayna Potosí. “No hay lugar donde sienta tanta paz como en este nevado ni experiencia que se compare a conquistar  su cumbre”, manifiesta.

Toda expedición se inicia en el refugio de Altamirano. Normalmente, las personas sin experiencia —o que llegan de altitudes bajas— permanecen un día en el lugar, entrenando con el equipo en el cercano glaciar ‘Viejo’ y aclimatando el cuerpo. Al día siguiente se asciende durante dos horas hasta el campamento alto, que se alza a 5.130 metros de altura. Allí está el refugio

Las Rockas. Eulalio Gonzales Mamani es el dueño del lugar. Montañista “desde el vientre”, Gonzales infla el pecho cada vez que rememora la aventura que significó construir durante más de tres años el refugio de piedra. Antes, los montañistas estaban obligados a dormir en carpas, expuestos al frío intenso del lugar. “Todo el material de construcción se subió sobre hombros: las bolsas de cemento, las vigas de madera; muchas veces, el viento se llevaba las venestas…”. El sacrificio fue alto, pero los frutos ya se ven. Siempre con clientela, el refugio genera ingresos para los comunarios del área, en total un 30 por ciento va a ellos. A pesar de esto, ahora están exigiendo a Gonzales que el porcentaje se incremente, lo que pone en riesgo la sostenibilidad del espacio.

Pero Gonzales no piensa salir de la montaña. Conoce sus recovecos como la palma de su mano. En octubre del 2010, el montañista rescató los restos del piloto Rafael Pabón Galindo, cuya nave se había estrellado, en los años 80, en la cara norte del nevado. Fue la madre del aviador quien, hace siete años, se acercó a Gonzales para asegurarle que en sus sueños lo había visto a él rescatando a su hijo. “Me impresionó. Me dijo que su hijo le ‘habló’ y que le reveló que estaba en la parte alta… Incluso me dio un dibujo”. Para sorpresa del experimentado hombre, el improvisado mapa coincidió con el lugar donde, al final, fue hallado Pabón.

EN LA CIMA

Son las 20.00 y en el refugio del campamento alto sólo reina el silencio. Hay al menos tres expediciones distintas que se refugian en el lugar, pero todos sus integrantes buscan descansar, debido a que la escalada a la cima siempre se debe iniciar en la madrugada, máximo a las 3.00. Pero para alguien sin experiencia en estas lides, ni entrenamiento previo, resulta difícil conciliar el sueño. La falta de oxígeno y la suculenta cena (en nuestro caso, dos pedazos de carne con puré) —que busca brindar energía extra al cuerpo— dificultan el encuentro con Morfeo.

El ascenso a la cima se realiza a oscuras. Sólo la tenue luz de las linternas ayuda a ver el sendero dejado por los que salieron primero. El silencio conmueve y la nieve hipnotiza, en especial esos diminutos resplandores que, cual estrellas, surgen de ella.

La penumbra muere de a poco y los paisajes comienzan a deslumbrar. A lo lejos, las luces de la ciudad de El Alto.

Imponentes, el Illimani y otros nevados de la Cordillera Real se dejan admirar. Se suman los parajes propios de la montaña: cuevas con estalactitas y pequeñas colinas. Pero el cansancio hace que el paso sea una odisea. Para disimular el agotamiento, cada montañista lleva en su mochila una importante ración de dulces. Pero no es suficiente. “Todo está en la mente… hay que dominar el cuerpo si se quiere conquistar la cima”, dice Marcelo Gómez Sainz, guía de Adventure Climbing. Con 26 años, este profesional subió por primera vez a los 19 años. Lo hizo como porteador (cargador), en busca de recursos extra para financiar sus estudios. “Esa vez hasta me enfermé. Me costó, pero nunca olvidaré la experiencia de tocar el cielo”. Desde aquella aventura, Gómez Sainz no ha dejado el montañismo. Está a punto de lograr su título y talento no le falta. Es necesario que el guía tenga algo de psicólogo para no dejar que el cansancio venza a su cliente.

Mientras avanzamos cansinamente (el cliente siempre marca el paso, pero es el guía quien va al frente), observamos a algunos aventureros quedarse en medio camino y retornar hasta el campamento alto con sus guías. Entre éstos va el montañista René Escóbar Aguilar, quien ha conquistado la cima del Huayna  en 30 ocasiones. Él mantiene viva la tradición familiar iniciada por su hermano, Carlos —tercer boliviano en llegar a la cima del Everest, el primero como guía, y fundador de Adventure Climbing—, quien falleció el 2008 por  cáncer: “Él me inició en este mundo hace 15 años. Escalábamos juntos. Ahora es común que se me aparezca en la montaña. Es mi guía”.

Una hora después de este encuentro, y tras siete de imparable ascenso, me hallo cruzando la cresta que me separa de la cumbre del Huayna Potosí. Trato de no observar el precipicio que se abre a mis pies, pero es imposible. Siento las piernas temblar, pero a la distancia es la voz de Marcelo la que me impulsa. ¡Ya casi! ¡Ya casi! Paso el sendero y se muestra la cumbre en todo su esplendor. Lloro mientras el guía me da un abrazo. Luego nos sentamos y, en silencio, contemplamos el paisaje que regala el Huayna Potosí. Ha llegado la hora del descenso.

Fotos: Javier Badani Ruiz

viernes, 6 de mayo de 2011

El Cristo que peregrinó al pie del Illimani

Caminos serpenteantes de tierra y rocas, más de cuatro horas de viaje y un ascenso de casi una hora al pie del Illimani, fueron parte de una aventura movida por la fe de un grupo de devotos del Señor de la Sentencia. El cuadro del siglo XIX con su imagen peregrinó alrededor de 90 kilómetros y ascendió en pocas horas más de 4.700 metros.

Un grupo de aventureros devotos del Señor de la Sentencia organizó la peregrinación al pie de uno de los nevados más emblemáticos de La Paz: el Illimani, en la que fue la primera y probablemente última experiencia en su tipo, ya que en los siguientes días el cuadro original será entronizado en el nuevo templo ubicado en la zona de Villa Armonía. De repetirse la peregrinación, se realizaría con una réplica.

Cada 17 de mayo se celebra el primer milagro atribuido a la imagen del Señor de la Sentencia. En el marco de su conmemoración, hoy, a las 14:30, se realizará una misa en la Catedral Metropolitana de La Paz y una posterior procesión al templo de Villa Armonía, lugar al que pertenece el cuadro y que lleva el mismo nombre de Cristo.

Fe y aventura

Entre los muchos devotos del Señor de la Sentencia está Juan Pablo Ando, un guía turístico de montaña desde hace 30 años y que tiene un albergue en construcción en Puente Roto, al pie del Illimani.

Fue él quien junto al párroco del templo del Señor de la Sentencia de Villa Armonía, Marcelino Chuquimia, organizaron la peregrinación con el objetivo de agradecer por el agua, fruto del deshielo del nevado que sirve para la actividad agrícola que alimenta a los paceños, también por el descanso de las almas que perdieron la vida en la montaña y para bendecir desde las alturas a la ciudad de La Paz.

Con esa fe, la peregrinación se realizó el 30 de abril. El cuadro, que muestra a un Cristo doliente con el torso desnudo, las manos amarradas sosteniendo una caña y un rostro coronado de espinas, viajó junto a una veintena de fieles desde La Paz, a los que se unieron otra decena de la población de Cohoni y sus alrededores.

El punto de salida fue la parroquia de Villa Armonía. Desde ahí dos camionetas y una vagoneta se dirigieron hasta el sur de la ciudad para llegar a Tahuapalca, un lugar que está a casi 2.400 metros de altura. Desde allí, el ascenso continuó por horas hasta llegar a Cohoni, a 3.800 metros de altura. En el camino se ven terrazas precolombinas utilizadas para la siembra, el cuartel del Mariscal Andrés de Santa Cruz y la silueta del Illimani, todo rodeado de un paisaje cálido, acompañado de los sonidos de decenas de pequeños loros que vuelan por los sembradíos.

Desde Cohoni se asciende alrededor de 15 kilómetros por un camino rocoso y difícil, hasta llegar a Puente Roto. No es raro encontrar enormes rocas que bloquean el camino. En ese lugar, la inmensidad del Illimani es imponente y mientras despejaba la niebla, el cuadro del Señor de la Sentencia fue fotografiado por primera vez cerca al nevado.

Misa a 4.700 metros

Al llegar a Puente Roto se observa la parte este del Illimani. Desde ahí el ascenso a la montaña se hizo a pie alrededor de 45 minutos, para llegar a un punto semiplano a los 4.700 metros de altura y celebrar la misa junto al Señor de la Sentencia.

El ascenso fue difícil, por lugares empinados y sendas con piedras menudas de la laja, pero al dirigir la vista hacia la punta del Illimani, la nieve se dejó contemplar en todo su esplendor, acompañado por un imponente cóndor que ese momento sobrevolaba el cielo.

El agua fruto del deshielo se abría paso entre las piedras algo rojizas y su sonido se hacía cada vez más fuerte, mientras que Ramiro Salas cargaba el cuadro cuesta arriba, bajo el sol de mediodía. Una vez en el lugar, la misa se realizó junto a los sacerdotes Chuquimia y Richard Lipacho.

Chuquimia -también párroco del templo de Cohoni- dijo que “Jesús obra a través de nosotros, creo que él está en todas partes y hace que surjan estas ideas para demostrarnos que quiere bendecir toda esta planicie y lo que va más allá, hasta llegar a la ciudad de La Paz, El Alto y el lago Titicaca. Con su mirada (desde aquí) el señor va bendiciendo todo”.

Junto a una mandolina, un bombo, una guitarra y cantos en aymara que intervenían en la celebración religiosa y un cielo completamente despejado, el cuadro fue elevado para bendecir el horizonte. “Tengan fe que todo es posible, así como fue posible que su imagen llegue hasta aquí”, concluyó Chuquimia.

Al finalizar la misa, los fieles compartieron un apthapi con autoridades originarias de Cohoni, para luego descender hasta Puente Roto, al finalizar la tarde.

El camino de retorno no sería fácil. Los vehículos sufrieron varios desperfectos y falta de gasolina, lo que retrasó por varias horas la llegada a La Paz. La recompensa fue un cielo completamente estrellado que iluminó la noche, mientras los ojos, algo cerrados del Señor de la Sentencia, parecían descansar después de un día ajetreado.

El Señor de la Sentencia y su primer milagro
El 17 de mayo de 1958, el cuadro del Señor de la Sentencia -entonces llamado Señor de la Caña- sería el medio para que se realice un milagro.

Una mujer que vivía en una hacienda, en lo que hoy es Villa Armonía, desahuciada por los médicos rezó ante la imagen del Cristo y se encomendó a él junto a su familia. Con el tiempo su salud empeoró y fue así que mientras tres pequeñas oraban, una de ellas dirigió su mirada a la imagen, viendo caer de la herida de su costado agua y luego sangre.

El hecho logró, según consta en archivos, que la señora Ada Saavedra se cure y viva hasta hace pocos años. “Así fue que la imagen ganó innumerables fieles que la buscaban porque la consideraban milagrosa, luego ésta fue trasladada al primer templo de Villa Armonía”, cuenta el padre Marcelino Chuquimia.